PALABRAS CLAVES: Perfil del Agresor, Perfil de la víctima, Tipos de
violencia, Creencias, Actitudes y Estereotipos, Construcción del Género, Prevención.
RESUMEN.
La violencia contra la mujer
constituye en España un problema social importante y los datos actuales nos indican
que las medidas adoptadas por el sistema jurídico son insuficientes. Desde
diferentes ámbitos se ha intentado abordar dicho fenómeno, considerando que son
diversos los tipos de factores que contribuyen a la emergencia de este hecho.
En ocasiones, se tiende a justificar la violencia contra la mujer apelando a
posibles desequilibrios mentales del agresor; sin embargo, creemos que existen,
junto con los factores psicológicos de la víctima y del agresor, otro tipo de
factores de carácter social, que influyen significativamente en las acciones
violentas. Desde esta perspectiva intentamos abordar dicha cuestión; por eso,
el objetivo de este trabajo consiste en reflexionar sobre las causas que
inciden en la violencia contra la mujer, llevando a cabo un recorrido que
analice el perfil del agresor y de la víctima, y proponiendo estrategias
preventivas sociales y psicológicas respectivamente. La aplicación de acciones
punitivas hacia los agresores no reduce el número de conductas violentas contra
la mujer; por esta razón, se plantea como posible alternativa cambiar los
factores que construyen los estereotipos de género y modelos sociales actuales.
INTRODUCCIÓN.
Hasta finales del decenio de 1980
la violencia contra la mujer no fue un tema prioritario. Los estudios
realizados indican que se trata de una problemática social que trasciende
aspectos económicos, sociales, psicológicos y culturales. Algunos modelos
aseguran que el ser humano es agresivo por naturaleza, pero cuando abordamos el
concepto de violencia no debemos omitir la carga social y cultural que influye
y actúa en el potencial de la agresión. Por esta razón, la socialización y los
constructos emergentes de ésta adquieren un papel relevante en dicha cuestión.
Siempre que aludimos a la violencia contra la mujer nos referimos a la violencia
física, sexual y psicológica que se produce en la familia, en la comunidad en
que vivimos y a todo tipo de violencia tolerada por el Estado.
TIPOS DE VIOLENCIA.
Los tipos de violencia que
podemos encontrarnos son: malos tratos emocionales, malos tratos sociales,
malos tratos ambientales, malos tratos económicos, violencia física, violencia
sexual y violencia psicológica. Este último tipo de violencia es la más
frecuente, pero al mismo tiempo la más invisible, y por esta razón,
profundizaremos en un estudio más detallado de la misma. La violencia psicológica
siempre tiene un componente intencional, pues el objetivo es herir a otra
persona. Se trata de un maltrato sutil y complejo de descubrir porque el agresor
la niega y no deja huellas.
LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER EN LA SOCIEDAD ACTUAL: ANÁLISIS Y
PROPUESTAS DE PREVENCIÓN.
Este clase de violencia tiene los
siguientes componentes: control o ejercicio de dominio; aislamiento de la familia,
de los amigos y del entorno social para que la mujer sólo se centre en él y no
sea independiente; celos patológicos; acoso mediante la repetición de un
mensaje para que la mujer acabe saturando su juicio y su capacidad crítica;
denigración al atacar el entorno de la mujer; humillaciones que la ridiculizan
y atentan contra su dignidad; actos de intimidación que suceden cuando se
ejerce la violencia sobre los objetos propios de la víctima con la intención de
suscitar el miedo, indiferencia ante las demandas afectivas al no mostrar
interés por las necesidades de ella y todo tipo de amenazas siempre
relacionadas con las personas cercanas.
MODELOS PSICOLÓGICOS DE LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER.
Entre los modelos teóricos que
han intentado explicar la violencia contra las mujeres destacamos los
siguientes:
· MODELO CONDUCTUAL: entiende que tanto la conducta normal como
anormal es aprendida, de manera que los factores heredados son secundarios.
Desde este modelo la víctima, percibida como una persona desequilibrada, es la
responsable de originar problemas. El agresor, en consecuencia, establece una
relación de desequilibrio de poder acompañada de abusos, y las mujeres ante la
violencia van creándose una nueva identidad. Cuando la mujer es maltratada, el
agresor recurre a un chantaje emocional; se trata de una situación a la que la
mujer le cuesta ceder cada vez más. El hombre violento posee una baja autoestima
y por eso, busca una mujer sobre la que ejercer el control, sometiéndola al
aislamiento. Al mismo tiempo, la mujer cree que tiene todo bajo control, sin
comprender cualquier conducta violenta procedente del hombre; y como pretende
mantener vivo el matrimonio es incapaz de actuar ante la violencia (indefensión
aprendida) e intenta justificar la conducta del hombre violento, evidenciando
una vulnerabilidad extrema.
· MODELO COGNITIVO: las cogniciones son formas de expresión verbal
como imágenes basadas en actitudes o supuestos desarrollados desde experiencias
tempranas. Desde este modelo, los esquemas adquieren una mayor relevancia,
además se basan en experiencias y son modos de poder conocer el mundo, si bien en
ocasiones los esquemas pueden conducirnos a errores y a modos equívocos de
interpretar la realidad. Asimismo, cuando hay violencia familiar, los hombres
violentos se caracterizan por sus distorsiones cognitivas minimizando o
maximizando un suceso, personalizando, generalizando, aplicando pensamientos dicotómicos
o extremos y realizando abstracciones selectivas e inferencias arbitrariamente.
· MODELO PSICODINAMICO: concibe al hombre dominado por fuerzas instintivas,
enfatizando sus logros como lo más importante. Estos hombres son incapaces de
expresar sentimientos, de hablar de sí mismos y de asumir la responsabilidad,
presentándose como víctimas, desviando la conversación, culpando a la pareja y
presentando la mayoría un antecedente de abuso o abandono.
· MODELO INTERRACIONAL COMUNICACIONAL: se centra en cambiar patrones
de interacción interpersonal. La familia se entiende como un sistema en
transformación que se adapta a las exigencias sociales. En este sentido, es de
destacar la presencia de diferentes fases en la evolución de una familia, entre
las que se encuentra el modelo de familia patriarcal, caracterizado porque el
hombre busca el poder y la autoridad, y la mujer se dedica a la crianza y a sus
obligaciones maternales. Cuando este modelo patriarcal se consolida, resulta
fácil encontrar comportamientos de maltrato emocional y aislamiento social del
hombre hacía la mujer.
· MODELO INTERACTIVO DE LA VIOLENCIA: aborda como factores
implicados en la violencia la vulnerabilidad de la familia, el estrés
situacional, los recursos individuales (económicos, educativos, psicológicos,
etc.), familiares (cohesión, comunicación y adaptabilidad), sociales (nivel de
aislamiento) y el contexto sociocultural (valores y normas).
· MODELO DE LOS MECANISMOS PSICOLOGICOS DE LA VIOLENCIA EN EL HOGAR:
desde esta aproximación, la conducta violenta guarda una estrecha relación con
actitudes de hostilidad, con el estado emocional de ira, con los trastornos de
personalidad, con la presencia de factores precipitantes como son el consumo de
sustancias, con la percepción de vulnerabilidad de la víctima y con el refuerzo
de conductas violentas previas.
PERFIL DE LA MUJER MALTRATADA.
La mujer maltratada presenta un
perfil muy concreto; la normalidad de sufrir maltrato es tal que aumenta su capacidad
para afrontar situaciones adversas; además, se producen distorsiones
cognitivas, sentimientos de depresión, rabia, culpa, sumisión, baja autoestima,
rencor, falta de proyección de futuro, déficit en solucionar problemas,
suicidio, trastornos de ansiedad, disfunciones sexuales, conductas adictivas,
inadaptación reflejada porque hay aislamiento social motivado por el agresor,
cuadros clínicos que provocan inadaptación emocional, alteración de las
relaciones familiares, bajo rendimiento laboral, absentismo laboral,
asilamiento de los compañeros y trastorno de estrés postraumático. Igualmente,
la mujer maltratada desarrolla mecanismos que le permiten adaptarse a la
violencia y dependiendo del nivel de intensidad de ésta manifiestan sorpresa, alerta,
desorientación o se acostumbran. Toda mujer que vive en un ambiente violento se
adapta porque ha aceptado el abuso de poder ejercido por el hombre. Junto a
este rasgo, y como consecuencia del dominio y de la manipulación, aparece la
dependencia hacia el agresor.
PERFIL DEL HOMBRE AGRESIVO.
Los hombres violentos niegan su
violencia y atribuyen el problema a su mujer. Ellos se autoerigen como víctimas
que necesitan compasión y que carecen de una comunicación adecuada, razón por
la cual se expresan con la ira.
Entre los hombres agresivos
podemos encontrarnos con diferentes tipologías, así destacamos: personalidades narcisistas,
caracterizadas por utilizar la debilidad del otro para engrandecerse. Son
personas intolerantes ante las críticas, dominantes, seductores, no empáticas,
critican a todos, no admiten reproches, no son responsables de lo negativo y
necesitan al otro para controlarle. Otro tipo son las personalidades
antisociales o psicópatas; éstas no se adaptan a las normas, son insensibles al
dolor, engañan, son impulsivos, viven el momento, carecen de remordimientos y
desconfían de las emociones. También cabe señalar las personalidades obsesivas
definidas como perfeccionistas sobre todo en la dimensión profesional, en el
plano social son conformistas y respetuosos con las leyes; y en la vertiente
personal, les resulta difícil convivir y temen los excesos emocionales. Por otra
parte, las personalidades paranoicas contempladas como meticulosas, perfeccionistas,
dominantes y con escaso contacto emocional. Asimismo, destacan los sujetos
Bordeline caracterizados por su irritabilidad, rabia, reacciones emocionales intensas,
cambios de humor y relaciones conflictivas. Y por último, los perversos
narcisistas que son manipuladores, mentirosos, adaptados socialmente,
inmaduros, tranquilos, fríos, egocéntricos, con deseo de poder, y con capacidad
de control emocional.
En general, en la conducta del
violento se hace presente la desresponsabilización, es decir, la minimización
de sus actos haciendo responsable a la mujer. Esta conducta hace que la mujer
perciba la agresión del hombre como inexplicable. Socialmente espera que los
hombres desempeñen papeles dominantes, aunque para conseguirlo tengan que
utilizar comportamientos manipuladores o violentos. Se trata de hombres psicológicamente
débiles, con alta dependencia hacia la pareja confundiendo amor con posesión;
por eso, cualquier conducta que evoque una separación les hace irritables.
A los hombres se les ha instruido
en el deseo de ejercer el dominio sobre las mujeres; han sido pues percibidos como
activos y dominantes, mientras que las mujeres, continuando con los estereotipos,
se han percibido como pasivas y sumisas. Entonces, cuando el hombre ejerce la
violencia contra la mujer hay que decir que se trata de una violencia fruto de
un patriarcado desde el cual el hombre demuestra su control y autoridad, y la
mujer su sumisión y resignación para conservar al hombre. También, hay que
señalar un factor importante entre las mujeres y es su tendencia a reproducir
el modelo de pareja que formaban sus padres, de tal modo que las mujeres que
han sido maltratadas en la infancia tienen más riesgo de ser víctimas de
violencia conyugal. Y fruto del aprendizaje social destacamos estudios que
afirman que en hogares donde la madre ha sufrido violencia, los hijos tienen
mayor tendencia a ser violentos y las hijas a ser víctimas. Por esta razón, es
fácil que cuando llegue la agresión para la mujer, ésta se acostumbre e incluso
tolere más la violencia psicológica que la física.
El dominio, propio de todo hombre
violento, se desarrolla en dos tiempos: primero aparece con la seducción y después,
si la mujer se resiste el hombre, éste utiliza procedimientos más violentos.
Durante esta fase, la mujer pierde la confianza en sí misma y cree que sigue
siendo libre cuando en realidad está siendo sometida. Esta relación de dominio
bloquea a la mujer porque le impide razonar o comprender. Como consecuencia del
ejercicio del dominio, la mujer no se rebela contra el abuso, sino que se
vuelve obediente e incluso tiende a proteger al agresor. Pero, la destrucción
se produce más tarde con estrategias de persuasión, de manipulación y de
dominación más directas. Es posible que la mujer se rebele ante esta situación,
provocando en el hombre la aplicación de nuevas técnicas como el lavado de
cerebro, desde el cual se produce una persuasión coercitiva que puede ser
física o psicológica y que oscila desde el aislamiento de la persona hasta el
chantaje o manipulación verbal.
También, se puede recurrir a
técnicas cognitivas intentando provocar distorsiones en la comunicación para
instaurar el dominio. Cuando las mujeres soportan el maltrato es porque están
bajo el dominio; en estos momentos surge lo que se denomina impotencia
aprendida, desde la cual las agresiones son imprevisibles e incontrolables, y
no hay medio para cambiar la situación. Las mujeres víctimas no comprenden por
qué aparece la agresión, instalándose en ellas una falta de motivación, de
incompetencia y de vulnerabilidad.
LA SOCIALIZACION Y LA CONSTRUCCION DEL GENERO.
En la violencia contra la mujer. El
modelo patriarcal ha influido sustancialmente en la percepción del hombre y de
la mujer en la sociedad actual. Así, a la mujer se le han atribuido funciones
como el cuidado familiar y la crianza, mientras que el hombre es el que mayor
protagonismo ha tenido y tiene en la sociedad, hecho que ha justificado la
mayor asunción de responsabilidades, pudiendo aspirar a puestos profesionales
de mayor relevancia; son atribuciones y actitudes a las que no puede negarse el
hombre. Desde esta estructura de sociedad las relaciones humanas que se
establecen son de poder, de dominio-sumisión y no igualitarias. Junto a este
modelo hay que destacar el concepto de socialización que se desarrolla entre la
cultura masculina y femenina, entendidas como modos de vivir el mundo; son
culturas en las que influyen los roles de género, es decir, cómo se espera que
socialmente actúen hombres y mujeres. Los procesos de socialización son
diferentes para la cultura masculina y para la femenina. Sin embargo, desde la
estructura patriarcal sólo existe un modo de ver el mundo que es el dominante.
Y por eso, al hombre se le educa para la seguridad, la fortaleza, la autonomía,
la agresividad, la actividad, la rapidez y la valentía; y a la mujer para la
debilidad, la dependencia, la ternura, la inseguridad, la pasividad y la
cobardía. Además, a cada uno se le enseña a comportarse según los roles que
deben desempeñar, de tal manera que de la mujer se espera que sea madre y
esposa, mientras que del hombre se espera que sea el responsable del poder
económico, social y sexual; de hecho cuando un hombre es poco valiente, poco
agresivo y poco dominante, se dice que es poco varonil y lo mismo sucede con las
mujeres que se comportan con valores masculinos. En definitiva, lo masculino y
lo femenino construye la identidad del hombre y de la mujer respectivamente.
Como consecuencia de esta construcción de género, el modelo de relación social
se basa en la dominación en el caso del hombre y en la sumisión en el de la
mujer. Y el valor expresado por el hombre se sustenta en relaciones de poder
siempre con carácter violento mientras que el de la mujer se focaliza en el
mundo las emociones y relaciones familiares.
Son estas diferencias presentes
entre hombres y mujeres las que nos permiten concluir que se trata de un concepto
construido socialmente y que por lo tanto puede y debe ser cambiado, de modo que:
“La violencia es aprendida socialmente, no es innata a la biología o genética
del varón. Es una forma de ejercer poder mediante el empleo de la fuerza
física, psíquica, económica o política. Necesariamente implica que existan dos
pueblos o dos personas. Uno se encuentra en una posición superior a la otra”.
La violencia contra la mujer en
la sociedad actual: análisis y propuestas de prevención. Pero cuando aludimos a
la construcción de género tenemos que considerar también la influencia de los
estereotipos, entendidos como guiones de conducta que sirven para limitar los comportamientos
diarios tanto de hombres como de mujeres, reforzando los adecuados y eliminando
los inadecuados. Parte de la responsabilidad de las conductas violentas del
hombre hacia la mujer se sustenta en los estereotipos tradicionales, ya que son
los que mantienen las desigualdades y normalizan el dominio masculino sobre la
mujer. Así pues, un eje clave que justifica la violencia contra la mujer es la
construcción del género al fomentar las desigualdades entre hombres y mujeres,
y creer que el hombre es superior a la mujer. De manera que cuando se habla de
violencia contra la mujer hay que tener en cuenta la construcción cultural por
el cual hombres y mujeres se ven sometidos a desempeñar unos roles concretos.
La asunción de estos roles permite un tipo u otro de socialización. Y por eso
nos encontramos con el ideal femenino que caracteriza a las mujeres como emotivas,
sensibles y dependientes, y a los hombres como autónomos, fuertes y racionales.
El modelo de masculinidad tradicional hegemónica construye la identidad desde
el modelo de hombre, relegando a la mujer a un segundo plano. Es entonces
cuando los hombres interiorizan valores como autoeficiencia, conflictividad en
el modo de resolver conflictos, autoridad sobre mujeres y respeto a la
jerarquía. Por eso, si pretendemos conocer las causas de la violencia debemos
recurrir a la influencia de los modelos patriarcales de la sociedad, desde los
que se han creado mitos y estereotipos que han degradado a la mujer a una
situación de inferioridad. Simultáneamente lo que ha sucedido es que lo
femenino ha sido desvalorizado tanto en hombres como en mujeres, mientras que
se han sobrevalorado aptitudes y características masculinas. En todo este
proceso parece que las mujeres han sido víctimas de la sociedad patriarcal y
los hombres se han sentido presionados a desempeñar un rol estereotipado,
alejado de la sensibilidad, el afecto y el compromiso. De este modo cabe
señalar que:
“La cultura patriarcal ha
establecido los roles esperados desde una perspectiva jerarquizada según el sexo.
Esto dio origen a una repartición no equitativa del poder, el cual posibilita
el acceso a la libertad, la cultura, la educación, la riqueza y la
participación social activa.” (CORSI, 2003:186-187)
La socialización del rol de
género se realiza a través del aprendizaje, siendo éste el medio para
transmitir valores, actitudes y reglas. En este sentido, ya desde la infancia
se desarrollan los estereotipos de género y se cristalizan en el modo en que
los padres consideran cómo debe comportarse un niño o una niña; aquí el proceso
de aprendizaje juega un papel esencial. Desde la teoría cognitiva social se
puede afirmar que mediante el procesamiento cognitivo de las experiencias se
construye la identidad de género, se aprende sobre los papeles sociales de cada
sexo y se extraen las normas para dominar el tipo de conductas propio de su
sexo.
Y es de este modo cómo se actúa
según el esquema preestablecido socialmente. A lo largo del desarrollo evolutivo
del niño se va desarrollando el rol de género y los niños comienzan a imitar y
a elegir modelos, de manera que a los 5-6 años se ajustan a los tipos de
masculinidad y feminidad; a los 8 años la postura es más liberal y a los 10
años las diferencias sexuales se acrecientan. Después, en la adolescencia
establecen una identidad personal y se aceptan los estereotipos. Si
diferenciamos por sexo podemos destacar, por una parte, que las niñas, al
encontrarse cerca de la madre, aprenden los rasgos de personalidad, actitudes,
valores y roles maternales relativos a lazos afectivos y personales. Así, el
rol de género femenino está constituido por los siguientes estereotipos:
pasivas, tiernas, sumisas, obedientes, vulnerables y dedicadas al cuidado de los
demás. Las mujeres que se adaptan a estos estereotipos perciben a los hombres
como signos de poder y autoridad, y el niño desde pequeño se identifica con el
rol y los rasgos del padre. La masculinidad implica negar la relación con la
madre y tener presente elementos universales del rol masculino. El resultado es
desempeñar roles sociales abstractos y despersonalizados. Igualmente, los
hombres se asocian con los siguientes comportamientos estereotipados: agresivos,
competitivos, alto grado de exigencia de éxito, sabiduría, mando, valentía y
conocimiento. Es entonces cuado el hombre bien adaptado al estereotipo de
género percibe a la mujer como débil y hostil.
Por lo tanto, podemos concluir
que, en la construcción del género y en los procesos de socialización, la
familia constituye el referente con el que los nuevos miembros se van a
identificar. Los adultos pues influyen en los procesos de identidad tanto del
niño como de la niña. Ya desde muy pequeños los padres transmiten los patrones
de género y tratan a los niños de modo diferente a las niñas.
Sin embargo, no podemos ignorar
que existe otro factor de interés en este proceso: los medios de comunicación que
promueven la configuración de los estereotipos de género, exponiendo tanto
imágenes que infravaloran socialmente a la mujer como imágenes que refuerzan
las cualidades de poder, el trabajo productivo, la toma de decisiones y la
autosuficiencia en los hombres.
En definitiva, socialmente a los
hombres se les prepara para desempeñar un rol dominante y si no lo consiguen pretenden
obtenerlo por la fuerza; para ellos, la violencia es un medio de control a la
mujer. La socialización hace que los hombres tengan un papel basado en el
poder, en la autoridad y en el dominio; y las mujeres en roles puramente
femeninos como la dulzura y la expresión de las emociones. Como afirma Pierre
Bourdieu: “todo lo que es
valeroso, respetable, digno de admiración es de orden masculino, mientras que
lo débil, despreciable o indigno pertenece al registro femenino”. (HIRIGOYEN,
2006: 95)
PROPUESTAS DE PREVENCION.
Para evitar el desarrollo del
género basado en estereotipos que están en sintonía con la emergencia de
conductas violentas es necesario que la sociedad abogue por construir un nuevo
concepto de masculinidad que no esté unido a la fuerza y a la agresividad. Se
trata pues de interiorizar estereotipos y prejuicios sexistas para evitar la
violencia de género y construir así un nuevo modo de ver y comprender la
realidad. Es entonces cuando desde la niñez, hombre y mujer están influenciados
por mensajes que forman parte de la vida cotidiana y modelan rasgos de
personalidad y pautas de comportamiento. Todo esto forma parte de un proceso de
identidad determinado por el aprendizaje. Igualmente, es necesario romper los
estereotipos que promueven un modelo masculino tradicional y para ello se debe
tomar conciencia de la influencia que ejercen los mismos, intercambiar
información de los mensajes sociales, buscar referentes o modelos con características
positivas y pensar en el modo de cambiar los comportamientos estereotipados.
Los estereotipos influyen en la concepción de la realidad, en las creencias y
en los valores. Se trata entonces de
promover modelos de género que eliminen las jerarquías, el poder y el dominio de
un sexo sobre otro, y eliminar tanto modelos masculinos que se sustenten en el
dominio y desprecio hacia la mujer, como modelos femeninos que promuevan la
sumisión y la dependencia.
Como ya hemos comentando
anteriormente, la violencia de género es fruto del aprendizaje; por eso, hay
que prevenir desde el momento en que se están aprendiendo los modelos sociales,
ya que desde los modelos sociales se consolidan actitudes en los hombres como
la intolerancia, la escasa empatía y la invulnerabilidad.
Para prevenir las conductas
violentas se debe actuar en la familia, en la escuela y en los medios de
comunicación.
En este sentido, la prevención
debe valorar la cultura feminista, saber solucionar conflictos sin violencia,
ayudar a expresar sus sentimientos, educar para lo maternal y doméstico,
promover formas de identidad masculina no basadas en el poder y la violencia,
educar en la empatía, fomentar las relaciones interpersonales, desarrollar una
adecuada comunicación, promover actividades educativas, preventivas y de sensibilización
dirigidas a niños y adultos para desarrollar comportamientos respetuosos,
luchar por transformar estructuras desigualitarias y autoritarias desfavorables
para las mujeres, condenar social y legalmente
la violencia de género en todas
sus formas, entender que la violencia no es la vía para resolver conflictos, redefinir
el modelo de masculinidad tradicional cambiando los paradigmas de fuerza y de
poder, reeducar y rehabilitar a los hombres que agredan a las mujeres,
favorecer la construcción de la identidad propia, incluir
la lucha contra el sexismo en el
currículum escolar favoreciendo cambios cognitivos, afectivos y conductuales, integrar
la lucha contra el sexismo apelando al respeto de los derechos humanos, intervenir
en la escuela, tener experiencias de discusión y aprendizaje cooperativo en
equipos heterogéneos, orientar para que afronten la incertidumbre y desarrollen
habilidades que luchen contra la violencia y la exclusión, comprender la naturaleza
de la violencia y desarrollar alternativas a la conducta violenta. Junto a
estas propuestas no podemos olvidar la presencia de campañas de sensibilización
que permitan coordinar los recursos y servicios públicos, concienciando de la
violencia en el trabajo y sensibilizando a los profesionales. La situación
actual reclama con urgencia la presencia política que permita otorgar
coherencia a los programas de intervención, tanto para la víctima como para el
agresor, tener un mayor compromiso con el sector de la salud, dar una respuesta
óptima desde el sistema judicial, capacitar a los profesionales, velar para que
se cumplan las medidas cautelares, y disponer de recursos materiales y humanos.
CONCLUSIONES
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