sábado, 1 de agosto de 2015

EL SUTIL DISFRAZ DE LA EXCLUSIÓN.

No queremos hablar de ti, no eres parte de la mayoría, tu mundo no me interesa, no vende, entra en el nuestro e intenta adaptarte a él y mientras más te parezcas a mí, te aceptaré y hasta te diré guapa”.
A mi como público me encantaría saber sobre la presencia de las mujeres negras en la ciencia, básicamente para que mi hija conozca que no solo han sido hombres y blancos los que han hecho algo para hacer avanzar este mundo; mujeres en la literatura; que me aconsejen sobre moda, sobre belleza adecuada a mi color y tipo de cabello; que mi hija o hijo se sienta incluida; que si una mujer u hombre se sienta rechazada en la familia de su pareja por su color de piel (los llamados matrimonios mixtos) se hable y debata sobre ello como parte de los conflictos familiares que se suelen debatir en la tele; que si un niño o niña sufre bullying por su color de piel se hable sobre ello y se propongan posibles soluciones para gestionar positivamente todos estos problemas.
Si tanto interés despiertan, supongo que sería conveniente formar parte de las preocupaciones de todos. Pensando que siempre nos quejamos de la ausencia de visibilidad y de la no presencia de muchas de las temáticas de las que hablo aquí, creo que se si no nos vemos, el primer paso es pedirlo.
Y así lo hice y para mi sorpresa inmediatamente una persona (personas  emitieron comentario alguno), respondiieron planteando directamente que si hacíamos distinciones entre nosotras mismas mal asunto. Me  tildó de sectaria. Y esto solo por hablar de mujeres negras. Estoy tan adaptada a que algunos opinen sin antes tomarse unos segundos para al menos conocer de lo que se habla, que francamente no me sorprendió.
De la misma manera que a la mayoría de las ciudadanas y ciudadanos en Venezuela  no les sorprenderá que los periodistas todos sean blancos a pesar de los estudiantes y periodistas graduados negras y negros que viven en este país, las presentadoras por supuesto y los negros, para variar,  sigamos apareciendo como cantantes, deportistas, en la cola del paro,  o que nuestro pelo afro, por ejemplo, aún se vea a través de pelucas de las cuales todos se mofan porque se supone que su apariencia es fea. Ese es el lugar que tenemos en los medios y de ahí de momento no se está dispuesto a salir. Tal como dice una actriz colombiana, es muy difícil demostrar cuánta exclusión hay disfrazada de otra cosa.

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Las típicas frases de que si hablo de afro es por complejos, porque la que tiene el problema soy yo, que todos somos iguales o no vemos por qué hay que hablar de “vosotras” como si fuéramos poco menos que una secta me reafirma cada vez más lo incómodo que es para muchas personas hablar de la mujer afro y aún más lo bien que está diseñado el contraataque para que estos temas nunca se lleguen a tratar. Se suele siempre usar el argumento de por qué nos quieres excluir a “nosotros”, cuando en realidad lo que se nos está diciendo es: no queremos hablar de ti, no eres parte de la mayoría, tu mundo no me interesa, no vende, entra en el nuestro e intenta adaptarte a él y mientras más te parezcas a mí, te aceptaré e incluso te diré guapa (algo así como preciosa). ¡Patético!
Las consecuencias de estas actitudes pueden ser miles, desde las “menos importantes”, por decirlo de alguna manera hasta las extremas. La primera demuestra que mis publicaciones es mi   medio de visibilidad, es decir cuesta mucho llegar a los medios, a la inmensa mayoría de la gente. Otra podría ser hasta peor, aparecer detrás de un discurso condescendiente y por tanto en una relación completamente asimétrica.

 “Nadie se cuestionó la educación de este país, las políticas de integración…”


Me refiero cuando en Navidad aparece el niño pobre, que por supuesto es negro, esperando porque el niño blanco done su juguete. Todo sustentado por el discurso de falsa igualdad y solidaridad. Qué más da de lo que se hable, “lo importante” es el gesto. Y de las extremas hay muchas. . Nadie  cuestiona la Educación de este país, las políticas de integración, la responsabilidad de los medios de comunicación. De esto  escucho en las acaloradas tertulias políticas de las televisiones Venezolanas.
Nunca he olvidado aquel neofascista noruego que asesinó a muchos jóvenes en una isla del país. Todos con las manos en la cabeza. Nadie daba fe de lo ocurrido. Un país tan tranquilo, tan civilizado y de momento sale un nazi y les rompe el discurso. ¿Y sabéis por qué? Por el silencio de la sociedad civil, por mirar para otro lado, por creer que no hace falta llegar al fondo de las cuestiones porque todo está “bien”. Desde luego que el culpable es el primer responsable, pero que aún halla gente que crea que pueda hacer estas cosas, es un poco responsabilidad de todos y miedo de muchos.
Las instituciones que el Estado ha creado para combatir y atender estas problemáticas en mi modesta opinión siguen muy por detrás del propio fenómeno. Podemos encontrar sin lugar a dudas muchos funcionarios con una gran vocación, eso me consta, pero al final los que deciden no son precisamente los que sienten, padecen o al menos entienden. Nadie cree ya en los puños en alto y todos somos iguales. O de disfrazarnos con trajes típicos y compartir comida, las llamadas degustaciones. Los mensajes deben empatizar con los tiempos y creo que los que a día de hoy se emplean están completamente desactualizados.
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Las actividades que promuevan la interculturalidad no son dirigidas a un pequeño público, los proyectos que se realizan para fomentar inclusión no debería ser para el excluido como regla general sino para el que excluye y si no logras transmitirlo, no logras conectar con esa gente, es que se está haciendo fatal. Lo siento.
Lo curioso de la conversación con esta persona, es que presumió que yo hablo  de igualdad. No había leído nada, pero claro, si hablo de personas negras parece que toca hablar exclusivamente de temas sociales: igualdad, marginalidad, etc.
Es sorprendente como la propia exclusión del resto de los temas de la vida, hace que nadie nos imagine en ellos. A esto le llaman “normalidad.” 
Aún así he invitado a esta persona a debatir. Creo, tal como le dije, que las opiniones contrarias desde el respeto siempre enriquecen. No seré yo la que censure y haga exactamente lo que se pretende hacer cuando hablamos simplemente de “nosotras”.