viernes, 17 de julio de 2015

ESTEREOTIPOS CENICIENTA

"Solo la flaca, la sumisa, la que mejor limpiaba le entró el zapato de cristal mágico del reino. Solo a la linda, la dócil, la que estaba encerrada en la casa fue rescatada por el príncipe. Desde niñas se les venden la historia de Cenicienta reforzando un estereotipo acerca de rol femenino en la sociedad. Desde pequeñas les presentan el mundo encantado, en donde a base de limpieza y cocina, les llegará un hombre para "salvarlas"

Las últimas encuestas destacan que cada vez más mujeres tienen protagonismo en el ámbito laboral. Sin embargo, no son reconocidas. Las mujeres ya no esperan a ningún príncipe que la despierte del sueño eterno. No limpian para encajar en un zapatito de cristal. No se encierran esperando a un hombre. Ellas trabajan, piensan, se esfuerzan, triunfan, viven como seres independientes. La felicidad no viene aparejada de un hombre o de su "media naranja". Proponen y viven.

 

Sin embargo, aún las publicidades continúan dándole ese rol a las mujeres. Algunas frases de las tantas publicidades actuales:
- Hija: Mamá, mamá, ¿Qué es frustración?- Madre: Frustración es que no salga la mancha de la ropa
- Las mujeres y las madres no nos tomamos vacaciones
- Una nueva generación de ollas y sartenes para una nueva generación de mujeres
- No importa que tu esposo no te ayude a limpiar, porque con este detergente vas a poder sola

Pero las mujeres son contadoras, taxistas, presidentas, remiseras, arquitectas, no viven encerradas en la cocina. “La publicidad busca mostrar a los hombres como si fueran los únicos que pueden tomar decisiones relevantes. En cambio las mujeres deben estar preocupadas por limpiar bien el baño y la cocina. El varón como mucho tiene que estar afeitado, sin caspa y usar perfume. Pero la mujer tiene que tener un cuerpo perfecto, usar cremas constantemente y solucionar sus problemas con yogures para ir al baño”, asegura el sociólogo Fernando Stroventisky

En muchas publicidades hay una notoria discriminación en una construcción simbólica (socio-histórica) de la mujer en la que siempre necesita la aprobación del hombre y aparece como obediente o sumisa. Generemos todos un debate sobre este tema pero uno que no entienda de confrontaciones ni de peleas. Las mujeres no creen en cenicientas, ni en historias de princesas, creen en ellas mismas. Que la diferencia sexual no se convierta en desigualdad social"

TERRORISMO DE GENERO

«YO SIEMPRE había sido la hija de mis padres, la hermana de mis hermanos, la vecina de mis vecinos, la compañera de los que trabajaban conmigo, la amiga de mis amigos. Él consiguió separarme de todos y de pronto me di cuenta de que no era amiga de nadie, ni vecina de nadie porque evitaba hablar con los vecinos para evitar conflictos con él, no era la compañera de nadie porque me obligó a dejar de trabajar… De pronto me di cuenta de que ya no era nada de nadie. De que ya no era nada». Me lo contó una mujer en una sesión de terapia inolvidable, una confesión que resumió en apenas un puñado de palabras la historia de millones de mujeres en miles de países a lo largo de todos los siglos.

Violencia de género:  quiero que el tema alcance rango parlamentario, los informativos enfocan sus cámaras un rato… Todo parece responder a la impresión de la muerte. De la muerte acumulada en pocos días, claro. Varios asesinatos en dos semanas sirven para hablar de «repunte». Pero no es cierto. Cuando acabe este año, el número de asesinadas será más o menos el mismo que el del pasado y ningún ministro habrá ido a un funeral. Cuando acabe este año, la cifra de mujeres heridas se medirá en decenas de miles, pero no la conoceremos. Cuando este año acabe, habrá más de 100.000 denuncias y algún millón más oculto de mujeres que no se atreven, que no pueden, que no saben… «¿Repunte»? ¿Y cuando pasen dos semanas sin un asesinato habrá… «descenso»?

Esta violencia no se mide sólo en sangre. Es persistente, verbal, económica, educativa, psicológica. Está en las canciones de moda, en la publicidad sexista, en la desigualdad laboral. No está aislada, no ocurre nunca una vez, ni a una sola mujer. Genera miedo. Es brutal y sutil. Es personal y estructural. Es una violencia histórica. Como el terrorismo.

Yo trabaje en el TRIBUNAL DE VIOLENCIA CONTRA LA MUJER. Una vez fuera de la violencia nos gusta, y les gusta, llamarlas supervivientes.

Muchas de ellas no están en las estadísticas. Y aun así, las cifras son tan terribles que convierten la violencia machista en uno de los problemas más graves de la Humanidad. La estadística de muertes, agresiones, órdenes de alejamiento y de protección o de supervivientes atendidas no debería ser soportable para esta sociedad, porque nos habla de mujeres asesinadas y de otras, de número incalculable, que sufren a diario la tortura de la violencia machista. Ninguna banda terrorista tuvo nunca tantas personas secuestradas al mismo tiempo como tiene el terrorismo de género.

Y ahora traten de ver a las víctimas no sólo como una estadística, sino de una en una. Intenten ver su sufrimiento, ponerse en su piel con cada matiz de dificultad que supone su vida diaria. Estas mujeres comparten conmigo la angustia que sufren al escuchar cómo su pareja introduce la llave al llegar a casa. Cómo alguno de los niños y niñas se orinan encima, asustados por el peligro que llega con su padre. Cómo ellas y sus hijas e hijos se hacen expertos en identificar cualquier cosa en ese sonido que les dé una pista del ánimo con el que él llega a casa, para anticipar si con él aparece la tortura del terror o será una noche razonablemente tranquila.

La violencia, y esto la hace especialmente devastadora, la ejerce alguien con quien la víctima tiene un vínculo importante. Es su pareja o ex pareja y, en muchas ocasiones, el padre de sus hijas e hijos. Alguien a quien eligieron, en quien confiaron y, muchas veces, por el que aún tienen fuertes sentimientos de amor o de compromiso. Esto las convierte en víctimas diferentes que requieren de una intervención específica.

Es una creencia popular que a las mujeres víctimas de violencia les resulta difícil salir de la situación de maltrato porque son muy dependientes de su maltratador. Mi experiencia profesional con ellas es muy distinta. La dependencia es de ellos. Es significativo que los centros para mujeres víctimas de violencia de género sean lugares ocultos. La realidad es que son ellos los que las buscan y persiguen sin descanso.

Es tan específica esta violencia, está tan interiorizada bajo nuestra piel, que ellas, las víctimas, tienen sentimientos de compromiso y responsabilidad hacia sus agresores. He visto mujeres que tras años de tortura diaria, una vez tomada la decisión de escapar, pasaron la tarde anterior a su partida cocinando y congelando comida por miedo a que su torturador no fuera capaz de cocinar para sí mismo.

La violencia de género crece lentamente. La relación comienza a llenarse de comportamientos abusivos, de quejas implícitas, de peticiones de todo tipo y tan frecuentes que consiguen que la víctima invierta en atenderlas toda su energía y todo su tiempo. Hablo de mujeres que conviven con alguien que continuamente les critica o menosprecia. «Inútil, fea, guarra, puta, qué va a ser de ti sin mí, mala madre, loca, torpe, tú qué sabes, cierra la boca…» son expresiones que se harán cada día más frecuentes. Tanto, que llegará un momento en el que no consigan recordar cuándo se sentían listas, guapas, fuertes…

Cuando la violencia se extiende en el tiempo la víctima normaliza comportamientos de fuerte componente agresivo. Se trata de un proceso cognitivo por el que la víctima trata de ver como «normal» algo que de otro modo le resultaría insoportablemente doloroso. Tal proceso deriva en un aumento de la tolerancia hacia la violencia.

Las víctimas acarrean intensos sentimientos de culpa por razones que conviven y que parecerían incompatibles. Culpa por «destrozar» a su familia, por no haber «sabido llevarle», por «aguantar tanto en la relación». Y al mismo tiempo, por «no haber aguantado lo suficiente» y así seguir intentando que todo fuera bien. Y con el sentimiento de culpa, el agresor controla a la mujer culpabilizándola de cualquier cosa, especialmente de sus estallidos de violencia. «Mira cómo me haces poner», «sólo tú consigues sacar lo peor de mí».

LAS SUPERVIVIENTES sufren un alto grado de vergüenza. Las víctimas de violencia de género no tienen el mismo reconocimiento social que otras víctimas. No les resulta fácil presentarse ante los demás con el orgullo de haber conseguido salir de una situación de violencia cruel. Siempre se sienten sospechosas de algo porque una parte de la sociedad así las presenta. De exagerar, de mentir para obtener beneficios, de haber aguantado la situación de forma voluntaria, de no saber defenderse de los ataques, de no haber sabido llevar a su marido… Sus sentimientos de culpa son resultado de la forma en que la sociedad percibe el problema. De la constante sospecha de que detrás de una denuncia hay un interés de la mujer por conseguir algo diferente a su seguridad.

No podemos olvidar su miedo a no ser creídas. El fantasma de las denuncias falsas, tan bien manejado por algunos sectores, ha contribuido al temor de las mujeres a que nadie las crea. Este miedo refuerza el mantra escuchado permanentemente de labios del agresor: «¿Quién te va a creer?».
La violencia contra las mujeres es una consecuencia directa del patriarcado. El hecho de entenderse como parte de algo, no como una mujer asilada, tiene un papel fundamental en el proceso de recuperación de la mujer. Cuando una mujer dice «ahora sé que es una lucha de todas» y mejora la forma de percibirse a sí misma está empezando a salir del infierno.

Las víctimas de violencia de género tienen herida la autoestima, derrumbada en añicos su identidad, rotas las pautas de relación materno filial. Y viven en la ansiedad, la depresión, el síndrome de estrés postraumático, el proceso de elaboración de duelo… Y con todo ese equipaje de dolor encima, algunas se atreven a denunciar. Y se meten en un largo y en ocasiones doloroso proceso judicial.

En la recuperación de las víctimas de esta lacra supondría una importante ayuda que la actitud social hacia ellas fuera otra. Ojalá consiguiéramos entender la valentía de las mujeres que consiguieron decir ¡basta! Es un deber social darles el lugar que merecen, tal y como se hace con víctimas de otros terrorismos.

Venezuela ayudará a recuperar a las víctimas cuando trate la violencia de género como una cuestión de Estado, cuando las noticias de sus asesinatos sean portada, cuando a sus funerales acudan cargos políticos como en otros funerales de Estado, cuando se reciba a las supervivientes en actos oficiales, cuando no dudemos de ellas y rechacemos de plano al agresor. Puede que entonces recuperarse no les resulte tan difícil.
Nunca he conocido a personas más grandes y valientes que con las que tengo el honor de trabajar cada día.

EL NEOMACHISTA



10 FRASES PARA DETECTARLOS

Hoy en día no es fácil declararse abiertamente machista, puesto que es una palabra que se relaciona con valores no deseados e incluso antiguos. Y eso no es por casualidad, es el fruto de la lucha de las mujeres durante siglos. Por eso el machismo se viste de nuevas formas, es menos evidente y trata de hacerse más sutil, pero su objetivo sigue siendo mantener los privilegios propios del patriarcado.

No es fácil lidiar día a día con El Neomachista. Pero como en muchas ocasiones es más fácil llegar a las personas a través del diálogo sereno, paciente, inteligente e incluso desde el humor, es bueno disponer de un decálogo de detección y respuesta ante sus comentarios. Con ustedes, El Neomachista:


1) Yo no soy feminista ni machista, yo creo en la igualdad
2) También hay violencia de género contra los hombres
3) Existen muchas denuncias falsas
4) Eres una feminazi radical
5) El lenguaje inclusivo es una tontería, acabaremos diciendo sillas y sillos
6) Sois muy pesadas con eso del feminismo
7) No es acoso, es un piropo
8) Me da igual que sea un hombre o una mujer, lo que importa es la persona
9) También debería existir un día del hombre
10) Ya hemos conseguido “la igualdad”

DESCOLONIALISMO PARA TODAS

¿Quién saqueó América hace cinco siglos?, ¿los millones de españoles que vivían en la pobreza y se deslomaban para pagar impuestos a la reina, o los grupitos de la corte de Isabel: su amiguito Colón y asociados?  ¿Quién declaró la guerra a Irak: los cientos de millones de habitantes de EEUU, o la corte de Bush y sus secuaces?, ¿Odian todos los israelíes a toda la población palestina?, ¿absolutamente todos los israelíes son gente violenta y racista que apoya la política genocida de su gobierno?
En estos días en que unos celebran la colonización y otros la repudian, me pongo a pensar que no podemos dividir el mundo entre pueblos colonizadores y pueblos colonizados. Pienso que hoy estamos todos colonizados, y que es importante que nos demos cuenta de que no son los pueblos, sino los grupos de poder (gobiernos, bancos y empresas) de esos pueblos, los que conquistan, invaden, saquean territorios y cuerpos.
Me interesa mucho el pensamiento postcolonialista y descolonizador que existe en América Latina, pero no comprendo cómo es posible que se reconozca la enorme diversidad de los pueblos latinoamericanos y no la de los pueblos llamados “colonizadores”. Los gringos o los europeos son pensados como un bloque homogéneo en el que se sitúan todos aquellos y aquellas nacidas en países con pasado imperialista; pero la realidad es que tanto Estados Unidos como los países europeos tienen bolsas enormes de pobreza y de gente que vive en los márgenes, discriminados/as o explotados por diversas causas.  Y muchos otros que, yéndoles bien, están luchando por las mismas causas que la gente en otros lugares del mundo.
Hay una hermandad entre los pueblos pero seguimos utilizando categorías de clasificación que nos separan y a veces nos enemistan. Yo creo que hay una línea común que va desde las luchas de los pueblos originarios por la tierra y el agua, a las primaveras árabes, las plazas y calles griegas, el movimiento mapuche y estudiantil en Chile,  las luchas del yosoy123 de México, las reivindicaciones indignadas españolas, las luchas del feminismo islámico, el movimiento Occupy Wall Street en Nueva York.
Por eso reniego de la dicotomía entre colonizadores/colonizados. Todos estamos colonizados: por el capitalismo, por el patriarcado, por las necesidades ficticias que nos creamos. Pero nos creemos que unos pueblos son los malos y otros son los buenos, cuando estamos hablando de las cúpulas de poder que pactan con otras cúpulas de poder, y nos joden a todos.
Y es que esta oposición radical entre la gente colonialista y la colonizada no es gratuita. Sirve para que perdamos de vista el hecho de que estamos todos colonizados por la necesidad de tener mensualmente un salario con el que poder comprar comida, ropa, techo, y millones de cosas más.
Por eso el colonialismo ya no se produce a nivel de naciones, una vez demostrado que el poder político trabaja para los grupos de poder económico. Cualquiera con dos dedos de frente sabe de sobra que los descomunales beneficios de REPSOL no son para los “españoles”, sino para los accionistas de esa empresa. Rajoy cuando viaja a Argentina para “hablar” con Kirchner no vuela a defender los intereses de los españoles, sino de los accionistas de Repsol, que tienen todas las nacionalidades (el capital es lo más transnacional de este globo: circula con libertad y no entiende de banderas). Lo malo del viajecito es que lo costeamos los españoles, como si a nosotros nos fuera bien cuando a REPSOL le va bien.
Obviamente que hay españoles que se sienten muy orgullosos de  su nación y del “glorioso pasado”. También hay gringos prepotentes y  alemanes impacientes o maleducados. Pero hijoeputas hay en todos los continentes, y creo que nuestra mirada debería ir más allá de las dicotomías que empobrecen nuestra realidad, mucho más compleja y diversa.
Las nacionalidades son etiquetas que oprimen y discriminan, aunque a muchos les sirva para sentirse pertenecientes a una comunidad determinada y eso les de arraigo y seguridad. En mi caso no me gusta la palabra patria, no me siento orgullosa de ser española, y no me apetece cargar con el peso histórico del país en el que nací. La etiqueta “española” te abre y te cierra puertas según a donde vayas, y esa dificultad para sentirme “ciudadana del mundo” me limita.
Como española he sentido miradas de desprecio t de aprecio que no tienen que ver conmigo, sino con la Historia del país donde nací. Ya puedes tu explicar que tu sangre es una mezcla de visigodos, fenicios, romanos, árabes y judíos; lo mismo da. La nacionalidad me oprime del mismo modo que cualquier otra categoría que establece lo que “soy” frente a lo que “no soy”. Y una se harta de ser estigmatizada bajo el peso de una nacionalidad que una no ha elegido.  Yo insisto en que no soy descendiente de una noche loca de amor entre la reina Isabel y Cristóbal Colón, en que no tengo ningún sentimiento de superioridad ni inferioridad, en que mi ideología no es colonizadora, pero es difícil romper los esquemas que se activan ante una etiqueta. En España el 12 de octubre hay manifestaciones anti imperialistas bajo el lema: “Nada que celebrar”. Pero eso no sale en los noticieros latinoamericanos porque no interesa que el mundo sepa que España es un país fragmentado, que su bandera está manchada por la sangre del franquismo, y que hay muchos que reniegan de la “madre patria” aun habiendo nacido allí. En España estamos todos también colonizados: por el pensamiento neoliberal que recorta nuestros derechos y libertades, de igual modo que en el resto de los países capitalistas.
Más allá de las fronteras que imponen  a los pueblos, yo siento que mi matria es el núcleo de gente que quiero, unos viven en la ciudad en la que nací, y otros en otros países. Soy lo que siento por la gente que me habita dentro, tengan el color de piel que tengan y sean de la clase social que sean.
Por eso, insisto: no podemos seguir pensando que unos pueblos masacran a otros; son los gobiernos y los empresarios  los que se declaran la guerra entre ellos. Si hay gente que sale a matar o a morir en nombre de una bandera, es porque al pueblo se le inyecta periódicamente patriotismo en vena para que se crean que los intereses de esos grupos de poder son los suyos propios (por ejemplo, a través del fútbol).
Una mirada más amplia sobre este tema creo que nos haría ver que todos somos habitantes de un planeta, y que separarnos por grupos basados en la idea de “nación” solo sirve para que discriminemos entre los que son nuestros “amigos” y “enemigos”, según le convenga al poder político y económico. “Divide y vencerás” es uno de los mecanismos más poderosos que han  existido en la historia de la Humanidad para explotar a las personas. Nos inoculan el odio al “otro” o a los “otros” para que sigamos entretenidos en diferenciarnos y en discriminarnos unos a otros a través del machismo, el racismo, la xenofobia o la homofobia.
Por eso hemos de liberarnos de las etiquetas que sitúan a unos como los vencedores y a otros como los vencidos; somos todos y todas perdedoras, porque casi todos nos levantamos cada mañana para otorgar grandes beneficios a las empresas que dominan el mundo.  Por eso nos levantamos también contra las opresiones, que se parecen mucho en todo el planeta.
Así que insisto en la idea de que los enemigos no son los pueblos, son los señores de la guerra, esos de la industria armamentística que se forran y se ríen a carcajadas viendo a la gente humilde defender apasionadamente su “patria”. Hasta que no nos convenzamos de que más allá de estas etiquetas, todos y todas estamos subyugados a la tiranía del patriarcado y el capitalismo, no podremos echar al 1% que se reúne periódicamente para decidir el transcurso de la Historia del Tiempo Presente.
Solo hace falta que nos demos cuenta de que somos mayoría y que estamos en el mismo barco, llamado Tierra.

MAS MITOS DEMOCRATAS

 Mito de la Libertad de Expresión. Creencia absoluta en la idea de que una puede decir lo que quiera, cuando quiera, como quiera, sin ser objeto de la censura. Sin embargo, en la realidad los medios solo difunden discursos acordes con sus intereses, mientras otras perspectivas quedan silenciadas o condenadas al ámbito de las minorías. También existe la autocensura, que a menudo es inconsciente, y otras veces es de carácter comercial. Si bien proliferan los blogs y las webs de gente que transmite información y opinión, a menudo las “lenguas sueltas” son censuradas por jueces o hackeadas por gobiernos, empresas, etc.
-Mito del Derecho a la Huelga: en muchos países lo normal es que al trabajador le quiten un día de sueldo por su derecho a la protesta. Además, se penaliza a los y las huelguistas en el desarrollo de su carrera profesional, de modo que se les sanciona de alguna u otra forma porque se le señala como “desleal” a los intereses de la empresa. Muchos son los que no se atreven a ejercer este derecho por miedo a que no se le renueve el contrato o se le despida.
-Mito del Derecho al Trabajo. Los niveles de desempleo de cualquier sistema capitalista no permiten ejercer este derecho, porque los intereses de los empresarios están por encima de cualquier derecho ciudadano, de modo que los y las desempleadas tienen que asumir su marginación del sistema productivo y económico.  Los emprendedores/as que desean montar un negocio propio tampoco lo tienen fácil, pues siempre priman los intereses de los grandes conglomerados empresariales, que tienen beneficios fiscales.
-Mito del Derecho a una Vivienda digna. Es uno de los peores mitos, porque el capitalismo no permite que la gente tenga un techo bajo el que cobijarse; muchos pasan toda la vida pagando hipoteca y muchos son los que caen en desgracia y se quedan sin hogar porque no pueden pagar los intereses de los préstamos. La tierra es un bien escaso en manos de unos pocos que venden muy caro el espacio; muchos son los que se asientan en lugares peligrosos y vulnerables a las catástrofes medioambientales porque no tienen otro lugar  donde instalar su hogar.
-Mito del derecho a disfrutar de un medio ambiente adecuado. Los ríos están contaminados, los bosques talados, el aire que respiramos en las ciudades está envenenado, y el cemento arrasa con las playas y los bosques. Algunos animales son explotados en nuestro beneficio, para ganar dinero o para divertirse en circos o plazas de toros, y otros se extinguen por la desaparición de sus hábitats naturales. Los Estados no apuestan por el futuro, sino por los ingresos que les genera a unos pocos gobernantes la minería a cielo abierto, la explotación petrolera o las presas hidroeléctricas, aunque para ello tengan que exterminar a millones de seres vivos y a algunas poblaciones humanas.
-Mito de la Seguridad: Creencia en que los cuerpos policiales y militares cuidan de nuestra seguridad y se dedican a vigilar a los mayores delincuentes de cada país: diputados, alcaldes, concejales, presidentes, ministros, directores, empresarios o banqueros. Se vacían las calles de gente, se cree que enrejando y blindando los hogares podremos proteger nuestras propiedades privadas de los ladrones, se entiende que el enemigo son los otros. Se tiene fe en la idea de que los ejércitos sirven para defendernos cuando otros países nos atacan o cuando invaden nuestro territorio. Todas las democracias tienen enemigos que sirven para justificar la vigilancia y el control del poder sobre la mayoría. El terrorismo islámico ha servido para restringir aún más nuestros derechos y libertades en pro de la “seguridad” de la ciudadanía, que es la que muere en masa en las torres gemelas o en los trenes de Madrid. Los comunistas también sirven de enemigo para fortalecer a la derecha y al neoliberalismo. Otros enemigos son: los refugiados y desplazados que buscan desesperadamente asilo en otros países, las epidemias víricas, los dictadores caídos en desgracia, los homosexuales, los extraterrestres, etc.
– Mito del Progreso: es la gran promesa de la religión democrática, basada en la idea del paraíso. Juntos avanzamos hacia un país mejor, un país vencedor, un país desarrollado. De vez en cuando tropezamos en crisis, pero salimos de ellas pensando que vamos de nuevo hacia delante, hacia un mundo mejor, más rico y habitable. Sin embargo, la realidad es que las democracias son sistemas de explotación de los ricos sobre la gran mayoría, y que el capitalismo hace imposible la existencia de una verdadera democracia.
-Mito de la Soberanía popular y el Sufragio Universal: Creencia ciega en la idea de que el pueblo se gobierna a sí mismo a través de instituciones y representantes elegidos libremente. La realidad es que las opciones son muy limitadas, generalmente condenadas al bipartidismo, y solo suceden una vez cada 4 o cada 6 años. Además, como sucedía en Grecia, no toda la ciudadanía puede votar, pues una gran masa de gente es privada de este derecho (inmigrantes, presidiarios, adolescentes, exiliados). La raíz etimológica de la palabra democracia (demos: pueblo, cracia: gobierno) nos devuelve de golpe a una dura realidad: en pocas sociedades el pueblo ha podido gobernarse a sí mismo, son muy pocas las culturas las que no construyen líderes ni ídolos, y muy pocas sociedades en las que la gente se reúne en asambleas para tomar decisiones sobre su comunidad. En Occidente, la mayoría delega el trabajo político a unos pocos representantes, confiando en que sabrán gestionar bien nuestro dinero y que no se dedicarán a robarnos.
-Mito del poder político sobre el económico. La realidad es que mandan los mercados. Los que eligen en las urnas no somos consultados en las cuestiones de máxima importancia, y cuando decidimos expresar nuestras  opiniones solo podemos hacerlo en las calles, mediante lemas, canciones y gritos que se desvanecen en el aire una vez que las manifestaciones acaban. Los gobiernos trabajan para los mercados, que no son abstracciones, sino personas poderosas con nombres y apellidos, y unos intereses propios que nada tienen que ver con los del bien común.
-Mito del Bien Común. La democracia es un sistema esencialmente corrupto que no garantiza en absoluto que esa parte de nuestros recursos que destinamos al  bien común sean dedicados al bien común. A veces creemos firmemente que nuestro dinero va a la construcción de hospitales, escuelas, institutos de investigación, universidades, carreteras, alumbrado y alcantarillados, limpieza, sistemas de becas, asistencia social a los necesitados, etc. Sin embargo, los políticos usan ese dinero para financiar guerras, para ayudar a amigos y sobrinos, para montar negocios privados, para recibir al Papa, para regalar terrenos a la Iglesia, para festejar triunfos futbolísticos, para guardárselo ellos mismos. La cantidad de políticos y empresarios imputados en causas de desvío de dinero, malversación de fondos, evasión fiscal y otros delitos nos muestran que el producto del sudor de nuestra frente es utilizado por algunos para vivir a tope  a nuestra costa. En la democracia cualquiera  puede evadir impuestos o robar el dinero común si posee un poquito de poder en cualquier institución pública.  Y aún así seguimos votando cada cuatro años, soñando con políticos honestos y cambios que nos permitan a todos vivir mejor, en condiciones de igualdad.

EL PODER DE LAS MUJERES


La mayor parte de las culturas del planeta son patriarcales, esto es: son sociedades en las que los hombres poseen unos privilegios que las mujeres no tienen y en la que ejercen un dominio total o parcial sobre las mujeres, los niños, las niñas, los seres vivos y la naturaleza.
Las mujeres, a nivel individual y como clase social dominada, hemos tenido todo tipo de reacciones ante el poder masculino: por un lado la sumisión en diferentes grados, por otro, la lucha abierta contra la opresión. Y es que aunque no nos lo cuenten en la escuela, han sido muchas las pequeñas y grandes rebeliones de mujeres, individuales o en grupo,  que han tenido lugar a lo largo de toda la Historia de la Humanidad.
En la actualidad, el planeta entero está lleno de mujeres que están luchando por los derechos para todas, y afortunadamente, son cada vez más los hombres que están apoyando políticamente esta lucha contra la discriminación y la violencia de género. En estas últimas décadas son muchas las que hemos tomado conciencia acerca de la importancia de luchar por nuestros derechos como mujeres, y han podido empoderarse gracias a las leyes y a los cambios sociales, políticos y económicos que han favorecido la igualdad en algunos países.
Este empoderamiento femenino está siendo personal y político: en el campo del amor muchas están aprendiendo a decir no a los malos tratos y a las relaciones basadas en la dominación o en las luchas de poder. Muchas están aprendiendo a tomar decisiones en torno a su vida, y a sus necesidades. Muchas están defendiendo los derechos sexuales y reproductivos de todas, para que la maternidad sea una elección y nuestros cuerpos no sigan siendo mercancías, como mandan el capitalismo y el patriarcado.
También estamos empoderándonos en el ámbito político y social. A mi no me parece que sea un gran avance que las mujeres presidan bancos, empresas o naciones si lo hacen al modo masculino, ya que por muy mujeres que sean las estructuras democráticas y capitalistas son masculinas, y el margen de maniobra para cambiar esta estructura patriarcal es mínimo. O sea, que me alegraría más ver el poder no representado por un hombre o una mujer, sino ejercido por la ciudadanía.
Helen Fisher afirma que la forma de organizarse de muchas mujeres en el planeta está basado en la creación de redes de ayuda mutua, en la cooperación, en la horizontalidad. Pero la realidad es que las presidentas, directoras y jefas de nuestras sociedades “democráticas” están solas ahí arriba. Y que la mayoría de ellas no se preocupan por acabar con la desigualdad de género; es el caso de la Presidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, que no se casa con los valores feministas ni tiene en sus prioridades trabajar por la Igualdad.
Siempre he pensado que el poder compartido, el poder del grupo, es mucho más interesante que el poder individualizado. Es decir, me emociona mucho más ver a las Mujeres de Negro manifestándose contra las guerras, o a las Abuelas de Plaza de Mayo denunciando al régimen dictatorial, que la subida al poder de mujeres relevantes. Que Isabel la Católica gobernara durante unos años no creo que significase el fin del machismo en la España de la época; era una excepcionalidad, más bien, que confirmaba la regla. Nadie más patriarcal que ella.
Son muchas las mujeres que han tenido poder, tanto individual como colectivamente. Durante la Edad Media muchas monjas fueron intermediarias del poder dentro de la Iglesia; otras ejercieron enorme influencia en el mundo mercantil. En el 1400 algunas mujeres pertenecientes al mundo islámico del Imperio Otomano eran dueñas de tierras y barcos. Durante el Renacimiento europeo, una cantidad importante de mujeres autodidactas y cultivadas  contribuyeron al desarrollo del movimiento artístico e intelectual que recorrió Europa, aunque sus aportes han sido ninguneados o apropiados por sus maridos o padres.

Gracias a las teorías feministas  se han llevado a cabo minuciosas revisiones de ideas científicas que hasta ahora parecían verdaderas e inmutables, como la teoría occidental de que la dominación del hombre sobre la mujer es universal. Desde este proceso de crítica y revisión, y a la luz de nuevas investigaciones, han surgido nuevos modos de comprender las relaciones entre los géneros en las diversas culturas de la Tierra, tanto las que aún existen como las que desaparecieron. Hay autores y autoras que afirman, por ejemplo, que la jerarquía no es una cualidad única, monolítica, que pueda medirse de una sola manera (en términos foucaltianos, el poder se mueve en todas las direcciones). Otros aseguran que el dominio absoluto de los machos, si implica poder sobre las hembras en todos los aspectos de la vida, es un mito.
Numerosos estudios demuestran que en casi todas las culturas las mujeres, al llegar a la madurez, alcanzan la independencia, el dinero, las propiedades y las relaciones que les dan poder económico y prestigio. En nuestras sociedades, por ejemplo, las mujeres maduras poseen mayor esperanza de vida y mayor capacidad adquisitiva. Un dato importante, según Helen Fisher, para la industria  y la política, pues se calcula que para 2020 el 45% de los votantes norteamericanos serán personas mayores de 55 años, y mayoritariamente mujeres.
Pero no solo las mujeres ancianas tienen poder e influencia, sino que ha habido, y hay, muchas mujeres empoderadas en las diferentes culturas de la Tierra. La diferencia con el poder patriarcal está en nuestra capacidad para empoderarnos juntas. Incluso en sociedades no patriarcales, las mujeres no han ejercido el poder bajo la violencia o la imposición a la fuerza de un sistema político y económico de signo matriarcal. Los grupos de mujeres más comunes no son jerárquicos, sino horizontales: este fenómeno se da porque desde siempre hemos sabido trabajar unidas y nos hemos organizado para lograr objetivos comunes.
En contra de la estereotipada imagen que muestra a las mujeres como malas compañeras de trabajo (envidiosas, competitivas, autoritarias y chismosas), la realidad es que se nos da muy bien coordinar en red y trabajar en equipo. Cuando hay hambre las mujeres hacemos ollas comunales en las que cada una aporta lo que puede para que coma todo el pueblo, cuidamos de los bebés de nuestras amigas y hermanas, compartimos saberes y recursos, nos enseñamos unas a otras, nos apoyamos y nos organizamos contra las guerras y la violencia, por la tierra y el agua, por el derecho a la maternidad libre, por el derecho a tener salarios dignos, por el derecho a votar, a la libertad de movimientos, a la ciudadanía plena.
Gracias a esta capacidad para organizarnos y defender nuestros derechos, hemos logrado cambiar la legislación democrática de muchos países, despertar la conciencia en mucha gente,  y hemos logrado, también, que se unan los hombres igualitarios a nuestras luchas, cada vez más plurales e inclusivas: las alianzas entre mujeres árabes y católicas, mujeres indígenas, mujeres afrodescendientes, mujeres transexuales, mujeres ecologistas, mujeres sindicalistas, mujeres lesbianas, mujeres discapacitadas, mujeres migrantes, mujeres campesinas, mujeres empresarias, etc se están traduciendo en una mejora de la calidad de vida de las poblaciones.
Luchando todas juntas por los derechos humanos con este enfoque de género podremos crear un mundo más igualitario, sin discriminaciones por razón de edad, género, orientación sexual, etnia, religión, capacidades, etc. Por esto el empoderamiento femenino no consiste en que unas pocas mujeres lleguen a tomar el poder; se trata de cuestionar ese poder para transformarlo y para trabajarlo colectivamente, en pro del bien común

LA VIOLENCIA DE GENERO Y EL AMOR ROMANTICO

 El amor romántico es la herramienta más potente para controlar y someter a las mujeres, especialmente en los países en donde son ciudadanas de pleno derecho y donde no son, legalmente, propiedad de nadie. Son muchos los que saben que combinar el cariño con el maltrato hacia una mujer sirve para destrozar su autoestima y provocar su dependencia, por lo tanto utilizan el binomio maltrato-buen trato para enamorarlas perdidamente y así poder domarlas.
Un ejemplo de ello es Kalimán, padrote mexicano que explica cómo logra prostituir a sus mujeres: elige a las más pobres y necesitadas, preferentemente a aquellas que están deseando salir del infierno hogareño en el que viven, o aquellas que necesitan urgentemente cariño porque se encuentran aisladas socialmente. Los padrotes siguen su guión a la perfección: primero las colma de amor, atenciones y regalos durante dos meses, haciéndoles creer que es la mujer de su vida y que siempre tendrá dinero disponible para sus necesidades y caprichos. Después la mete unos días en un prostíbulo para que “le hagan terapia” las muchachas; si ella se resiste, patalea, se enfada, lo mejor es dejar que se le pase sola. Jamás pedirle perdón. Es necesario que sufra hasta que su orgullo se desmorone y se ponga de rodillas, aceptando la derrota. El macho debe mantenerse firme, mostrar su desprecio, marcharse en los momentos de rabia máxima, y nunca apiadarse de las lágrimas de su esposa. Esta técnica les asegura que ellas accedan a sus deseos y trabajen para él en la calle o en puticlubs; la mayoría de ellas no tienen a dónde ir, y según ellos, una vez que prueban el lujo ya no quieren volver a su pobreza.
Este relato de horror es muy común en el mundo entero. No solo proxenetas y chulos, sino también numerosos novios y maridos tratan a las mujeres como yeguas salvajes que hay que domesticar para que sean fieles, sumisas y obedientes. Muchos siguen creyendo que las mujeres nacieron para servir o para amar a los hombres. Y muchas mujeres lo seguimos creyendo también.
“Por amor” las mujeres nos aferramos a situaciones de maltrato, abuso y explotación. “Por amor” nos juntamos con tipos horrendos que al principio parecen príncipes azules, pero que luego nos estafan, se aprovechan de nosotras, o viven a costa nuestra. “Por amor” aguantamos insultos, violencia, desprecio. Somos capaces de humillarnos “por amor”, y a la vez de presumir de nuestra intensa capacidad de amar. “Por amor” nos sacrificamos, nos dejamos anular, perdemos nuestra libertad, perdemos nuestras redes sociales y afectivas. “Por amor” abandonamos nuestros sueños y metas, “por amor” competimos con otras mujeres y nos enemistamos para siempre, “por amor” lo dejamos todo…
Este “amor”, cuando nos llega, nos hace mujeres de verdad, nos dignifica, nos hace sentir puras, da sentido a nuestras vidas, nos da un status, nos eleva por encima del resto de los mortales. Este “amor” no es solo amor: también es la salvación. Las princesas de los cuentos no trabajan: son mantenidas por el príncipe. En nuestra sociedad, que te amen es sinónimo de éxito social, que un hombre te elija te da valor, te hace especial, te hace madre, te hace señora.
Este “amor” nos atrapa en contradicciones absurdas “debería dejarle, pero no puedo porque le amo/porque con el tiempo cambiará/porque me quiere/porque es lo que hay”. Es un “amor” basado en la conquista y la seducción, y en una serie de mitos que nos esclavizan, como el de “el amor todo lo puede”, o “una vez que encuentras a tu media naranja, es para siempre”. Este “amor” nos promete mucho pero nos llena de frustración, nos encadena a seres a los que damos todo el poder sobre nosotras, nos somete a los roles tradicionales, y nos sanciona cuando no nos ajustamos a los cánones establecidos para nosotras.
Este “amor” nos convierte  también en seres dependientes y egoístas, porque utilizamos estrategias para conseguir lo que anhelamos, porque nos enseñan que una da para recibir, y porque esperamos que el otro “abandone el mundo” del mismo modo que nosotras lo hacemos. Es tanto el “amor” que sentimos que nos convertimos en seres amargados que vomitan diariamente reproches y  reclamos.  Si alguien no nos ama como amamos nosotras, este “amor” nos hace victimistas y chantajistas (“yo que lo doy todo por ti”). Este “amor” nos lleva a los infiernos cuando no somos correspondidas, o cuando nos son infieles, o cuando nos abandonan: porque cuando nos hemos dado cuenta, estamos solas en el mundo, alejadas de amigas y amigos, familiares o vecinos, pendientes de un tipo que se cree con derecho a decidir por nosotras.
Por eso este “amor” no es amor. Es dependencia, es necesidad, es miedo a la soledad, es masoquismo, es una utopía colectiva, pero no es amor.
Amamos patriarcalmente: el romanticismo patriarcal es un mecanismo cultural para perpetuar el patriarcado, mucho más potente que las leyes: la desigualdad anida en nuestros corazones. Amamos desde el concepto de propiedad privada y desde la base de la desigualdad entre hombres y mujeres. Nuestra cultura idealiza el amor femenino como un amor incondicional, abnegado, entregado, sometido y subyugado. A las mujeres se nos enseña a esperar y a amar a un hombre con la misma devoción que amamos a Dios o esperamos a Jesucristo.
A las mujeres nos han enseñado a amar la libertad del hombre, no la nuestra propia. Las grandes figuras de la política, la economía, la ciencia o el arte han sido siempre hombres. Admiramos a los hombres y les amamos en la medida en que son poderosos; las mujeres privadas de recursos económicos y propiedades necesitan hombres para poder sobrevivir.
La desigualdad económica por razones de género nos lleva a la dependencia económica y sentimental de las mujeres. Los hombres ricos nos resultan atractivos porque tienen dinero y oportunidades, y porque nos han enseñado desde pequeñas que la salvación está en encontrar un marido. No nos han enseñado a luchar por la igualdad para que tengamos los mismos derechos, sino a estar guapas y  conseguir a alguien que te mantenga, te quiera y te proteja, aunque para ello tengas que quedarte sin amigas, aunque tengas que juntarte a un hombre violento, desagradable, egoísta o sanguinario. El ejemplo más claro lo tenemos en los capos de los narcos: tienen todas las mujeres que quieren, tienen todos los coches, droga, tecnología que desean, tienen todo el poder para atraer a muchachas solas y sin recursos ni oportunidades.
Esta desigualdad estructural  que existe entre mujeres y hombres se perpetúa a través de la cultura y la economía. Si gozásemos de los mismos recursos económicos y pudiésemos criar a nuestros bebés en comunidad, compartiendo recursos, no tendríamos relaciones basadas en la necesidad; creo que nos amaríamos con mucha más libertad, sin intereses económicos de por medio. Y disminuiría drásticamente el número de adolescentes pobres que creen que embarazándose van a asegurarse el amor del macho, o al menos una pensión alimenticia durante veinte años de su vida.
A los hombres también los enseñan a amar desde la desigualdad. Lo primero que aprenden es que cuando una mujer se casa contigo es “tu mujer”, algo parecido a “mi marido” pero peor. Los varones tienen dos opciones: o se dejan querer desde arriba (machos alfa), o se arrodillan ante la amada en señal de rendición (calzonazos). Los hombres parecen mantenerse tranquilos mientras son amados, ya que la tradición les enseña que ellos no deben darle demasiada importancia al amor en sus vidas, ni dejar que las mujeres le invadan todos los espacios, ni expresar en público sus afectos.
Toda esta contención se rompe cuando la esposa decide separarse e iniciar sola su propio camino. Como en nuestra cultura vivimos el divorcio como un trauma total, las herramientas de las que disponen los varones son pocas: pueden resignarse, deprimirse, autodestruirse (algunos se suicidan, otros se enzarzan en alguna pelea a muerte, otros conducen a toda velocidad en sentido contrario), o reaccionar con violencia contra la mujer que dicen amar.  Ahí es cuando entra en juego la maldita cuestión del “honor”, el máximo exponente de la doble moral: los hombres de manera natural persiguen hembras, las hembras deben morir asesinadas si acceden a sus deseos. Para los hombres tradicionales, la virilidad y el orgullo están por encima de cualquier meta: se puede vivir sin amor, pero no sin honor.
Millones de mujeres mueren a diario por “crímenes de honor” a manos de sus maridos, padres, hermanos, amantes, o por suicidio (obligadas por sus propias familias). Los motivos: hablar con un hombre que no sea tu marido, ser violada, o querer divorciarse. Un solo rumor puede matar a cualquier mujer. Y estas mujeres no pueden emprender una vida propia fuera de la comunidad: no tienen dinero, no tienen derechos, no son libres, no pueden trabajar fuera de casa. No hay forma de escapar.
Las mujeres que sí gozan de derechos, sin embargo, también se ven atrapadas en sus relaciones matrimoniales o sentimentales. Mujeres pobres y analfabetas, mujeres ricas y cultivadas: la dependencia emocional femenina no distingue entre clases sociales, etnias, religiones, edad u orientación sexual. Son muchas en todo el planeta las mujeres que se someten a la tiranía del “aguante por amor”.
El amor romántico es, en este sentido, una herramienta de control social, y también un anestesiante. Nos lo venden como una utopía alcanzable, pero mientras vamos caminando hacia ella, buscando la relación perfecta que nos haga felices, nos encontramos con que el mejor modo de relacionarse es perder la libertad propia, y renunciar a todo con tal de asegurar la armonía conyugal.
En esta supuesta “armonía”, los hombres tradicionales desean esposas tranquilas que les amen sin pedir nada (o muy poco) a cambio. Cuanto más deteriorada sienten las mujeres su autoestima, más se victimizan, y más dependientes son. Por lo tanto, más les cuesta entender que el amor de verdad no tiene nada que ver con la sumisión, ni con el sacrificio, ni con el aguante.
Hacienda, la Iglesia, los Bancos, la televisión, etc penalizan la soltería y promueven el matrimonio heterosexual, así que parece que estamos obligadas a ser felices o a ir contracorriente. Cuando el amor acaba o se rompe lo vivimos como un fracaso y como un trauma: nos entra miedo, sensación de desamparo, de soledad, nos atacan las angustias al vernos solos y solas en un mundo tan individualista. Cuando nos dejan o dejamos a nuestra pareja, muchos nos desesperamos completamente: gritamos, pataleamos, chantajeamos, victimizamos, culpabilizamos, amenazamos.
No tenemos herramientas para asumir las pérdidas. No sabemos separar nuestros caminos, no sabemos tratar con cariño al que se quiere alejar de nosotros o al que ha encontrado nueva pareja. No sabemos cómo gestionar las emociones: por eso es tan frecuente el cruce de amenazas, insultos, reproches, venganzas,  y putadas entre los cónyuges.
Y por eso, también, tantas mujeres son castigadas, maltratadas y asesinadas cuando deciden separarse y reiniciar su vida. La cantidad de hombres que no poseen herramientas para enfrentarse a una separación es mucho mayor: desde niños aprenden que deben ser los reyes, y que los conflictos se solucionan con violencia. Si no lo aprenden en casa, lo aprenden en televisión: sus héroes hacen justicia mediante la violencia, imponiendo su autoridad. Sus héroes no lloran, a no ser que consigan su objetivo (como ganar una copa de fútbol).
Lo que nos enseñan en las películas, cuentos, novelas, series de televisión es que las chicas de los héroes esperan con paciencia, los adoran y los cuidan, y están disponibles para entregarse al amor cuando ellos tengan tiempo. Las chicas de la publicidad ofrecen su cuerpo como mercancía, las chicas buenas de las pelis ofrecen su amor como premio a la valentía masculina. Las chicas buenas no abandonan a sus esposos. Las chicas malas que se creen dueñas de su cuerpo y su sexualidad, que se creen dueñas de su propia vida, o que se rebelan, siempre se llevan su castigo merecido (la cárcel, enfermedad, ostracismo social o muerte).
A las chicas malas no solo las odian los hombres, sino también las mujeres buenas, porque desestabilizan todo el orden “armonioso” de las cosas cuando toman decisiones y rompen con ataduras. Los medios de comunicación a menudo nos presentan los casos de violencia contra las mujeres como crímenes pasionales, y justifican los asesinatos o la tortura con expresiones como esta: “ella no era una persona muy normal”, “el había bebido”, “ella ya estaba con otra persona”, “él cuando se enteró enloqueció”. Y si la mató, fue porque “algo habrá hecho”. La culpa entonces recae sobre ella, y la víctima es él. Ella metió la pata y merece un castigo, él merece vengarse para calmar su dolor y reconstruir su orgullo.
La violencia es un componente estructural de nuestras sociedades desiguales, por eso es necesario que el amor no se confunda con posesión, del mismo modo que no debemos confundir la guerra con “ayuda humanitaria”. En un mundo donde utilizamos la fuerza para imponer mandatos y controlar a la gente, donde ensalzamos la venganza como mecanismo para gestionar el dolor, donde utilizamos el castigo para corregir desviaciones y la pena de muerte para reconfortar a los agraviados, se hace necesario más que nunca que aprendamos a querernos bien.
Es vital que entendamos que el amor ha de estar basado en el buen trato y en la igualdad. Pero no solo hacia el cónyuge, sino hacia la sociedad entera. Es fundamental establecer relaciones igualitarias en las que las diferencias sirvan para enriquecernos mutuamente, no para someternos unos a otros. Es también esencial empoderar a las mujeres para que no vivamos sujetas al amor, y también enseñar a los hombres a gestionar sus emociones para que puedan controlar su ira, su impotencia, su rabia, y su miedo, y para que entiendan que las mujeres no somos objetos personales, sino compañeras de vida. Además, debemos proteger a los niños y las niñas que sufren en casa la violencia machista, porque han de soportar la humillación y las lágrimas de su heroína, mamá, porque han de aguantar los gritos, los golpes y el miedo, porque han de vivir aterrorizados, porque se quedan huérfanos, porque su mundo es un infierno.
Es urgente acabar con el terrorismo machista: en España ha matado a más personas que el terrorismo de ETA. Sin embargo,  la gente se indigna más ante el segundo, sale a la calle a protestar contra la violencia, cuida a sus víctimas. El terrorismo machista se considera una cuestión personal que afecta a determinadas mujeres, por eso mucha gente que oye gritos de auxilio no reacciona, no denuncia, no interviene. Echando un vistazo a las cifras podremos darnos cuenta de que lo personal es político, y también económico: la crisis acentúa el terror,pues muchas no pueden plantearse separarse, y el divorcio queda para las parejas que puedan permitírselo económicamente. Una prueba de ello es que ahora se denuncian menos casos y en ocasiones las mujeres se echan para atrás; con las tasas judiciales aprobadas en España, las mujeres más humildes ni se van a plantear ir a denunciar: apelar a la justicia es cosa de ricas.
Es urgente  trabajar con hombres (prevención y tratamiento) y proteger a las mujeres y a sus hijos/as.Debemos empoderar a las mujeres, pero debemos trabajar también con los hombres, si no toda lucha será en vano. Es necesario promover las políticas públicas para que tengan un enfoque de género integral, y es necesario que los medios ayuden a generar un rechazo generalizado hacia esta forma de terror instalado en tantos hogares del mundo.
Es necesario un cambio social y cultural , económico y sentimental. El amor no puede estar basado en la propiedad privada,  y la violencia no puede ser una herramienta para solucionar problemas. Las leyes contra la violencia de género son muy importantes, pero han de ir acompañadas de un cambio en nuestras estructuras emocionales y sentimentales. Para que ello sea posible, tenemos que cambiar nuestra cultura y promover otros modelos amorosos que no estén basados en luchas de poder para dominarnos o someternos. Otros modelos femeninos y masculinos que no estén basados en la fragilidad de unas y la brutalidad de otros.
Tenemos que aprender a romper con los mitos, a deshacernos de las imposiciones de género, a dialogar, a disfrutar de la gente que nos acompaña en el camino, a unirnos y separarnos en libertad, a tratarnos con respeto y ternura, a asimilar las pérdidas, a construir relaciones bonitas. Tenemos que romper con los círculos de dolor que heredamos y reproducimos inconscientemente, y tenemos que liberar a mujeres, a los hombres y a los que no son ni una cosa ni otra, del peso de las jerarquías, de la tiranía de los roles, y de la violencia.
Tenemos que trabajar mucho para que el amor se expanda y la igualdad sea una realidad, más allá de los discursos. Por eso este texto está dedicado a todas las mujeres y hombres que luchan contra la violencia de género en todos los puntos del planeta: grupos de mujeres contra la violencia, grupos de autorreflexión masculina, autores/as que investigan y escriben sobre este fenómeno, artistas que trabajan por visibilizar esta lacra social, políticos/as que trabajan para promover la igualdad, activistas que salen a la calle a condenar la violencia, maestros y profesoras que hacen su labor de sensibilización en las aulas, ciberfeministas que juntan firmas para visibilizar los asesinatos e impulsar leyes, líderes y lideresas que trabajan en las comunidades para erradicar el maltrato y la discriminación de las mujeres. La mejor forma de luchar contra la violencia es acabar con la desigualdad y el machismo: analizando, visibilizando, deconstruyendo, denunciando y reaprendiendo junt@s.

LAS MUJERES NO SOMOS UN TEMA, SOMOS UNA CAUSA

“El patriarcado es fuerte; fuerte y se renueva, se revitaliza, nos contesta con cada vez mayor precisión, cada vez sabe dónde pegar más fuerte”, señaló la investigadora y académica Marcela Lagarde y de los Ríos, si en un inicio el discurso feminista no lo entendían los detractores del feminismo, “poco a poco ya hasta se lo apropiaron” y resulta que “hay perspectiva de género en dictaduras africanas”.

Lagarde reafirmó el papel y la importancia del feminismo como un movimiento político y social en defensa de los derechos de las mujeres, que tuvo su mayor auge en la década de 1970. Pero en la Cuarta Conferencia sobre la Mujer –en la que se declaró la Plataforma de Acción de Beijing, en septiembre de 1995– se cristalizaron una serie de planes y medidas a emprender en cada uno de los gobiernos que la signaron, en conjunto con organizaciones internacionales.

A cinco años de que finalizara el milenio, en la Plataforma de Acción de Beijing se establecieron una serie de objetivos y metas a cumplir en camino a la igualdad entre hombres y mujeres. En ella confluyeron demandas, escenarios, contextos y realidades de la discriminación, desigualdad y falta de oportunidades de las mujeres en todo el mundo.

A casi 20 años de la declaración, Marcela Lagarde considera que la Plataforma de Acción de Beijing “es la síntesis de un impulso que tardó un siglo en cuajar, un siglo. Fue pensar en los mecanismos plataforma de acción, de cómo se iban a aterrizar los derechos humanos de la mujeres”, por lo que fue “el producto de la movilización de las mujeres que se dijeron feministas y de muchísimas mujeres que no se dijeron feministas”.

La Conferencia de 1995 fue una movilización de calidad ética y filosófica, “en torno a esa empatía fue la primera vez en la historia que nos hemos movilizado para argumentar y atraer a las otras, a los otros que no estaban de acuerdo, que ni siquiera eran sensibles, que no estaban convencidos. Nosotras con argumentos y con un movimiento civil, pacífico, de resistencia, de subversión, de transgresión, de rebeldía hemos influido y cambiado cosas tan importantes como las leyes contrarias a nosotras y hemos creado leyes a favor de nosotras. Hemos creado protocolos, reglamentos, todo eso que vamos haciendo para que sean realidad los derechos humanos de las mujeres”-

Si no hubiera sido por las grandes movilizaciones que antecedieron al año de 1995, como el trabajo posterior realizado por organismos no gubernamentales y legisladoras de acuerdo con la plataforma de acciones, Marcela señala “yo creo que andaríamos enrebozadas en este país, rezando, cuidando muchas criaturas como sucedía hace a penas unas décadas, a veces sólo la generación anterior. Ahora tenemos dos y tres generaciones de mujeres instruidas, educadas de mujeres que hemos tenido acceso a la salud, pero no porque nosotras quisimos, sino porque está instalada en el Estado, es un derecho”.

Lagarde –principal promotora de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (LGAMVLV) cuando fue diputada federal en la LIX Legislatura–, invitó a las y los asistentes al foro “Balance de cumplimiento de la Plataforma de Acción de Beijing y de las metas de milenio”, a analizar y hacer que se cumpla esta legislación, porque la discusión se ha centrado especialmente en la Alerta de Violencia de Género (AVG), un mecanismo de emergencia “y si fuésemos consecuentes con la Ley, la AVG tendría que solicitarse por feminicidio, por muerte materna, por suicidio, por todas las muertes violentas precoces evitables todas ellas”.

Dado que el suicidio en la población de mujeres “en este país lo podemos ubicar como un problema de violencia de género, de clase, de edad, de etnia y de toda la intersectorialidad que hay con las condiciones de cada mujer”.

“Nosotras no somos un tema. Lo quiero decir, mucha gente se refiere a nosotras como el tema de las mujeres, como el tema de género. No somos un tema, en cambio me gustó que el compañero que vino aquí y habló de la causa [Pablo Yanes, jefe de la Unidad de Desarrollo Social de CEPAL]. Justamente pensarnos una causa. Y nos refiramos a todo lo que vamos construyendo como una causa política, pacífica”.

Porque las mujeres no estamos para pelear “ningún combate, nosotras tenemos estrategias, nosotras construimos alternativas, caminos vitales, propiciamos cosas, no estamos en combate contra la violencia contra las mujeres, nosotras estamos a favor del derecho a la vida sin miedo y sin violencia para las mujeres”.